Cerrando el año, publico esta carta escrita para un curso que tomé durante 2016
-Imitando la idea que inspiró a María Negroni a redactar sus cartas apócrifas en “Cartas extraordinarias”,
elijan algún personaje de cuento clásico (o novela) que los haya marcado o haya
influido en ustedes en la adolescencia y escriban una carta similar a
alguna de las presentadas en esta clase. Pueden, tal como lo hace la autora
mencionada no descartar la cita escondida e inventar con descaro.
San
Miguel, 20 de junio de 1852
Estimado señor Sandokán:
Me tomo el atrevimiento de
escribirle porque hasta este lugar tan lejano han llegado las noticias de sus
aventuras por los mares asiáticos. Conozco su historia y dada la especial
situación que vivo en mi país, deseo con fervor unirme a su tripulación. No
creo menester poner por escrito mis motivos, una vez allá, le contaré toda la
verdad.
Considero que para ser
aceptada, debo informarle de mis capacidades y de mi experiencia; que paso a
relatarle.
Nací y me crie en el puerto
de Buenos Aires, desde muy chica acompañaba en sus viajes a mi padre. Navegábamos un clíper a lo largo
de la costa americana, comerciando en cada puerto amigo. Al comenzar la guerra,
el barco fue hundido y mi padre herido y muerto; así quedé a la deriva y tuve
que buscar nuevos horizontes.
Por mis contactos
comerciales y portuarios, embarqué en la corbeta Halcón, al mando de Hipólito
Bouchard, corsario de la Argentina. Con él navegamos por el Pacífico, atacamos
los puertos de El Callao y Guayaquil, capturamos naves de diferente porte y
luego de tres años regresamos a Buenos Aires.
Un año más tarde, en la
fragata La Argentina, partimos hacia la isla de Madagascar; instalados allí
para hacer unas reparaciones a la nave, se presentó un oficial británico
solicitando nuestra ayuda. Tenía noticias que cuatro barcos negreros estaban
prontos a partir, necesitaba de nuestro poder de fuego para impedirlo. El
capitán se puso a disposición y partimos con la marea a evitar el tráfico de
esclavos. Luego de unas horas de navegación, dimos con ellos, y con el traidor
británico, las cinco naves se volvieron contra nosotros y a pesar de la
encarnizada resistencia, tuvimos que rendirnos.
Perdimos la nave, pero no la
vida. Tras muchas idas y vueltas, pudimos embarcar en un mercante y regresar a
Buenos Aires.
Así es, estimado, tenemos un
enemigo común y yo también ansío la venganza.
Con la ansiedad de la espera
y la certeza de poder unirme a su tripulación, me despido de usted a la espera
de prontas noticias.