viernes, 16 de diciembre de 2016

Cartas extraordinarias

Cerrando el año, publico esta carta escrita para un curso que tomé durante 2016 
-Imitando la idea que inspiró a María Negroni a redactar sus cartas apócrifas en “Cartas extraordinarias”, elijan algún personaje de cuento clásico (o novela) que los haya marcado o haya influido en ustedes en la adolescencia y escriban una carta  similar a alguna de las presentadas en esta clase. Pueden, tal como lo hace la autora mencionada no descartar la cita escondida e  inventar con descaro.


                                                                       San Miguel, 20 de junio de 1852

Estimado señor Sandokán:
Me tomo el atrevimiento de escribirle porque hasta este lugar tan lejano han llegado las noticias de sus aventuras por los mares asiáticos. Conozco su historia y dada la especial situación que vivo en mi país, deseo con fervor unirme a su tripulación. No creo menester poner por escrito mis motivos, una vez allá, le contaré toda la verdad.
Considero que para ser aceptada, debo informarle de mis capacidades y de mi experiencia; que paso a relatarle.
Nací y me crie en el puerto de Buenos Aires, desde muy chica acompañaba en sus viajes  a mi padre. Navegábamos un clíper a lo largo de la costa americana, comerciando en cada puerto amigo. Al comenzar la guerra, el barco fue hundido y mi padre herido y muerto; así quedé a la deriva y tuve que buscar nuevos horizontes.
Por mis contactos comerciales y portuarios, embarqué en la corbeta Halcón, al mando de Hipólito Bouchard, corsario de la Argentina. Con él navegamos por el Pacífico, atacamos los puertos de El Callao y Guayaquil, capturamos naves de diferente porte y luego de tres años regresamos a Buenos Aires.
Un año más tarde, en la fragata La Argentina, partimos hacia la isla de Madagascar; instalados allí para hacer unas reparaciones a la nave, se presentó un oficial británico solicitando nuestra ayuda. Tenía noticias que cuatro barcos negreros estaban prontos a partir, necesitaba de nuestro poder de fuego para impedirlo. El capitán se puso a disposición y partimos con la marea a evitar el tráfico de esclavos. Luego de unas horas de navegación, dimos con ellos, y con el traidor británico, las cinco naves se volvieron contra nosotros y a pesar de la encarnizada resistencia, tuvimos que rendirnos.
Perdimos la nave, pero no la vida. Tras muchas idas y vueltas, pudimos embarcar en un mercante y regresar a Buenos Aires.
Así es, estimado, tenemos un enemigo común y yo también ansío la venganza.
Con la ansiedad de la espera y la certeza de poder unirme a su tripulación, me despido de usted a la espera de prontas noticias.


                                                                                              Cristina del río de la Plata